La libelula
no quiso volver.
Se deshicieron sus alas,
la transparencia se detuvo.
Cuando apoyo la cabeza en la arena,
puedo sentir el aleteo de su carne,
el fluir frío del aliento húmedo del bosque.
Mientras agita convulsa y lánguida
esa única extremidad que la mantiene serena,
vuelve a contemplar la lejana figura
de si misma,
golpeando un cristal de opacidad extrema.
Dibujo una soledad llena de palabras
en una estanteria que me encontré en la basura...
Cerca de la humedad,
cerca del paraje que me vio nacer.
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