Tu tampoco quieres
venir a esta casa.
Al lugar donde se enferman los instintos,
donde cada piel conoce
su descamar de acuario anaerobio
y hacen guardia los muebles
de demonios desmontables
y de cosas esperando sus cenizas.
Y te dejas bautizar cada mañana
con promesas y palabras inventadas,
dentro de una ducha de gas
que no termina de matar
ese estado sobrio
de bombilla desgastada
y alma parpadeante permitida.
Justo el pasillo
de animas penitentes,
de prendas
y de escamas y peces moribundos,
quiso hablar de aquel instante
en el que el guiño filoso de tu cabeza
giro como un prófugo
con los ojos quemados de justicia
que siempre ve pequeño el horizonte.
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